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martes, 3 de julio de 2012

Prefacio


PREFACIO

    A esas mujeres que hacen su metamorfosis de crisálida a mariposa tan solo para vengarse de un desengaño. Mis respetos.
    A esas mujeres que despliegan sus alas cada noche obligadas a cubrir  las necesidades de un hijo. Mis respetos
    A esas mujeres que decidieron volar de noche llevadas por sus  propias decisiones y placeres. Mis respetos.
    A todas esas mujeres, en general, que, por estas o diferentes razones trabajan en bares nocturnos, Vaya mi reconocimiento por la infinidad de veces que han prestado su oído para escuchar al atormentado, su mano para confortar al triste, su risa para borrar tristezas y por último su cuerpo, donde muchos encontraron, quizás,  su único refugio.
      Y por si acaso, al leer estas páginas, alguna de ellas se reconoce a si misma o a alguna de sus compañeras, sepa que por razones obvias he cambiado todos los nombres. Pero todo lo demás no es simple casualidad.

                                                                                 NIDAEL DORÉ

miércoles, 27 de junio de 2012

Una vida llena de cruces




Mariposas de la noche
Libro de cuentos enlazados


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  "Mariposas de la noche"
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UNA VIDA LLENA DE CRUCES



NOTA: Este cuento ha participado de Segundo Certamen de Cuento y Poesía de la Asociación Cultural Mariano Moreno de Bernal, Provincia de Buenos Aires, República Argentina, 18 de Diciembre de 2001. Donde recibió Mención de Honor y participación en la Antología que publicó la entidad ese mismo año.

 


UNA VIDA LLENA DE CRUCES

 



    Se llamaba Clarisa. Provenía de una de esas villas de casuchas amontonadas donde el sol juega por las tardes, arrancando dorados reflejos en sus techos de chapas, sin conseguir con esto entibiar la pobreza de los que allí viven.

    Siendo apenas una niña, llevaba en sus ojos la más pura de las inocencias, mientras brincaba, en las estaciones del ferrocarril, como un pequeño gorrión, sobre los pescantes de los trenes, recorriendo sus vagones, desde el primero hasta el último, ofreciendo, en cada asiento, una variada colección de estampas de virgencitas, que brotaban de una en una, desde el cuidado apretujón de sus pequeñitas manos. De esta forma, con una sonrisa tierna y entradora conseguía, día a día, las suficientes monedas para llevarse a su hogar.

     Tenía por costumbre no entregar nunca la última estampa, guardaba aquella para tener a quien rogarle mientras se dormía por las noches. Virgencitas estas que, al parecer, escuchaban las oraciones de otros y no las de ella.

     Pasado el tiempo, en su pelea por la vida, se escabulló entre automóviles detenidos en cola frente a las luces rojas de los semáforos, con su peculiar sonrisa, ofreciendo pequeños ramitos de rosas, de esos envueltos en crujiente papel celofán y adornados por una cinta de color.

     -¡Hermosas flores por un peso!- Exclamaba, siempre sonriendo, como si ella tuviera lo mejor de la vida para sí, cuando no lo era. Pero gracias a esas sonrisas vendía mucho más.

     -¡Hermosas flores por un peso!- Repetía en su grito. Mientras, al igual que esos pimpollos, que ella vendía, pasados los días, entreabrían sus pétalos para convertirse en flor, ella misma, se iba transformando en una hermosa y atractiva flor. Una de esas que, a veces, vemos crecer, en inesperados y áridos lugares, luciendo mejor que otras atendidas con el mayor de los celos en los más suntuosos jardines.

     Su mayor contento se lo traían los días domingos. En la esquina de su casa, sobre la vereda, una improvisada rayuela de tiza, le servía de excusa para espiar a un chico de la misma villa que le gustaba. Se pasaba horas, saltando en un solo pie, arrojando piedritas y marcando cruces en el suelo, tan solo por verlo pasar…

    Una cruz para el uno…
    Una cruz para el dos…
    Otra cruz para el tres…
    Así, hasta llegar al cielo.

   Y el cielo se le abrió el día en que el chico le habló, invitándola a dar un paseo. Caminaron, hablaron, rieron y luego se besaron. Fue entonces que clarisa sintió que a sus pies le crecían alas y estas la llevaban por el aire, bajo un tibio sol que, al calentar su pecho, dejo abierto el grifo de la fuente de sus lágrimas. El llanto que gano sus ojos arrastró consigo aquellos otros muchos llantos acumulados al peso de una miserable vida. Es fácil comprender que aquellos que nada tienen, cuando aman, lo hagan con toda la fuerza de su corazón. Así, amo Clarisa. Y más… Mucho más…

     Un día decidieron vivir juntos…Y vivieron juntos…Y rieron juntos. Pero, luego sufrieron juntos. Viendo él que no podía escapar a la pobreza, Haya sido por amor, rabia o vicio, comenzó a delinquir. Esto hizo que al tiempo cayera preso.

     No importa cuánto ella se desesperó, no importa cuánto ella lloró…

    -¡Va a hacer mucha plata para sacarlo!- Le dijo el abogado. Y como mucha plata no era vender flores. Clarisa decidió el camino más rápido hacia el dinero que necesitaba. Y aquellas mismas luces rojas, viejas amigas, de los semáforos, la vieron llegar de vuelta. Pero, esta vez, para ofrecerse ella misma. Una hermosa flor por pocos pesos.

    Y ganó dinero. Pero este no pudo evitar que él, fuese condenado a pasar un largo tiempo en la cárcel, ni que a ella se le esculpieran en el rostro los rasgos de una pronunciada tristeza. Así fue, que aquella que siendo niña, marcaba cruces en el suelo por verlo pasar…marcó las mismas cruces en los almanaque para verlo regresar.

    Una cruz para el día…
    Una cruz por la semana…
    Otra cruz para el mes…
   Así, hasta llegar a completar el año.

    Y los años pasaron. Hasta que él salió en libertad. Recompusieron su vida. Ella lo esperaba, cada tarde, al regreso de sus mal pagadas changas, con un amor rebosante de sonrisas y besos. Por un tiempo lo logaron y todo iba bien, hasta que él volvió a alejarse del áspero camino para retomar el fácil atajo que ya antes lo había seducido y que, a veces, conduce a un profundo y fatal barranco. Un día ventiscoso en que el cielo se había nublado para no ver que sucedía debajo, murió baleado por la policía en un asalto.

   No fue necesario que Clarisa vistiera de luto, al encabezar el reducido grupo de personas que acompañó al féretro a su destino final. Negro fue el listón de su llanto y negro el traje de su dolor. Y aquella... que de niña había hecho por él cruces en el suelo. Aquella... que había marcado por él cruces en los almanaques. Colocó también por él una única y pesada cruz. Pero, esta vez, sobre su tumba.

    Aún hoy clarisa se sigue prostituyendo, aunque ya no sonríe más

**********

     Puede ser que tu encuentres, alguna noche, en alguna esquina, a una mujer, ofreciéndose como una flor. Si es así: Piensa un momento en ésta que le toco nacer en un ambiente hostil, y vivió enterrando sus raíces en duros pedregales que lograron torcer sus tallos, cuando le entregaba al mundo, que rara vez lo advierte, su sinfonía de colores, para después marchitarse en los helados vientos de un destino que, a algunos seres, les da poca o ninguna oportunidad.

     No le preguntes si es Clarisa, pero trátala como tal.
                                                                                                   NIDAEL DORÉ

sábado, 7 de mayo de 2011

10 Capítulo - POR INTERÉS BAILA EL MONO



Mariposas de la noche
Libro de cuentos enlazados


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Capítulo 10
POR INTERES BAILA EL MONO




      Maribel, era un cúmulo de ambiciones: peluquería, joyas, la mejor ropa. Esto lo recuerdo bien, lo demás su figura, su cara, se me presentan borrosas con el tiempo. Pero con lo primero alcanza y sobra para presentarla. No he conocido entre las mujeres de la noche, a quienes les gusta el dinero, a alguien más ambiciosa que ella. Era el típico ejemplo de "Por interés baila el mono".

       Sabía lo que quería y adonde apuntaba. Tampoco lo guardaba para sí, lo comentaba con sus compañeras: El sueño de ella era conocer a alguien con mucha plata, enamorarlo y que se la lleve, por supuesto, a una cómoda vida de lujo. Por esto, cuando veía entrar a alguno con ropa costosa, como un monito saltaba de su banqueta y corría a atenderlo.
     Como no tenía la habilidad de indagar escuchando, propia de las mujeres del oficio, arremetía directamente preguntando en forma de seguidilla.
        -- ¿Cómo te llamas ? ... ¿A qué te dedicas? ... ¿Eres casado...? --
      De ésta forma, conoció comerciantes, profesionales y uno que otro ejecutivo de empresa. Pero no conseguía enamorar a ninguno, más que lo que duraba una noche de placeres y algún que otro "bis" de una segunda visita.

       Hasta una noche...

      Un empresario textil marplatense de paso hacia la Capital Federal, hizo un alto de ruta para tomar unos tragos en compañía femenina.
       Lo atendió, por supuesto, Maribel.
       Al rato ya tenía registrado quien era él.

       Y mono fue, de que esos con chalequito de colores, lentejuelas y sombrerito con una flor, sujetando un jarro entre sus manos, en busca del sonido metálico de las monedas que le arrojaban sus ocasionales espectadores; acompañando a un hombre de barba cana, que alegraba, de antaño, las plazas con su organito callejero. Igual que esos, ella le hablaba, le sonreía y le bailaba, en busca de sus propias monedas, al son de la música del organito de su ambición.

       La primer moneda cayó dentro del jarro : Fueron las copas que le pagó.

       La segunda moneda: La costosa y larga "salida" a un hotel alojamiento, que le permitió mostrar de su arte lo aprendido y lo por aprender.

      Y la tercer moneda: La que lleno el jarro: En dos días, él, retornaba a su ciudad y la invitaba a acompañarlo y pasar así el verano en la costa.

      Ella, comentó con las demás su intención de aceptar.
      -- ¡Pero, es muy viejo!, ¿Cuántos años tiene ?
      -- Sesenta. 
      -- ¡Estás loca!
      --  Mejor, si me lo engancho, ¿Cuánto me va a durar?

      Y se fue nomás.

     Era fin del verano cuando apareció una noche por el boliche. Él había regresado por asuntos de negocios y ella le pidió que le permitiese pasar a saludar a las "chicas".
      Orgullosa mostraba a todas un costoso anillo de piedras preciosas, mientras contaba que él era viudo, sin hijos y estaba muy solo en la vida, por lo que le ofreció casamiento y ella aceptó. Se habían casado hacía apenas un mes y como regalo, para protegerla a ella, ya que la doblaba en edad, y en previsión de cualquier suceso trágico, había puesto su fábrica y propiedades a título compartido. Pero, lo más curioso que comento fue que, aunque al principio le interesaba sólo su dinero, al verlo tan bueno y dulce, con ella, había empezado también a quererlo.
     No hubo una que no la envidiara...
     El mono ya no bailaba al ritmo de la música que le imponían. Se había comprado el organito y era dueña y señora de elegir la melodía que quisiera escuchar.

    Eso pensaba, esa misma noche, mientras hacían el viaje de regreso. Cuando de pronto en una mala maniobra, el vehículo en que iban se estrelló, a muy alta velocidad, con el frente de un camión que venía en sentido contrario.

     Con algunas heridas, él, sobrevivió.
     Ella falleció al instante…

     El organito, rotas sus cuerdas, había dejado de sonar...


Fin del libro

sábado, 30 de abril de 2011

09 Capítulo - MARCHITOS TULIPANES


Mariposas de la noche
Libro de cuentos enlazados


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Capítulo 09
MARCHITOS TULIPANES 

Dicen, que ella  había trabajado en los boliches cuando era muy joven. Dicen.

Dicen que él ya era entonces un acaudalado floricultor de la zona, un inmigrante japonés, de pequeña estatura y gruesos anteojos y con un carácter extremadamente bonachón. Dicen que la conoció y se enamoró perdidamente de ella  y se la llevó a vivir con él, sin importarle a que se dedicaba, y al poco tiempo se casaron. Dicen.
Vivieron felices muchos años, él le enseñaba todo lo que había que saber sobre las flores y ella era su alumna atenta y amorosa por cada uno de esos días, plantando, cultivando y aplicando cada cosa que aprendía. Y así fue…hasta la enfermedad de los tulipanes.

    Esas flores eran la principal producción del vivero que compartían. Planta exótica de por sí pero  también muy delicada, con hrmosas flores, que crecen apuntando hacia el cielo su tallo largo y verde que rematan en apretado puñado de pétalos, afanados en reproducir los más vivos tonos de colores,  de esas albas y ocasos, que los elfos y las hadas se encargan de resplandecer.
Nadie sabía bien cuál era la enfermedad que los atacaba. Pero se esperaba que después de la hibernación de los bulbos esta desapareciera. Esto significaba pasar toda una temporada sin mandar esas flores al mercado. ¿Y qué del sueldo de las dos personas que trabajaban para ellos? Cada una era un especialista en su oficio. No podían perderlas. ¿Y la deuda del banco? Seguro no esperaría. Poco a poco, él se sumió en depresión y cayó gravemente enfermo.  

    Fue entonces que Laura tomó la decisión de volver a trabajar, Las puertas del boliche se hicieron sarcásticas un guiño de ojos entre sí, al verla llegar. No había otro lugar donde pudiera ganar el suficiente dinero para hacer frente a las obligaciones económicas que tenían contraídas. Mientras él que estaba totalmente en contra de esa decisión fue dejando de dirigirle la palabra.

    Seguía siendo muy atractiva, nadie que la mirara deduciría que caminaba por la senda de las cuatro décadas. Presentaba un aspecto muy juvenil, era alegre, cordial y de unos modales tan delicados que la hacían destacarse dentro del extraño ambiente en el que desarrollaba su trabajo. Noche a noche concurría a trabajar, la primera en llegar y la última en irse. Solo sus compañeras sabían que no estaba a gusto volviendo y que tenía que armarse de gran fuerza para dejar a su marido por las noches, quien estaba cada vez más enfermo y, cuando le preguntaban por él, solía contestar – ¡El va a mejorar cuando florezcan los tulipanes! –

    Y al igual que los tulipanes que entregan sus hojas secas para que se desprendan solas o se marchiten junto con el tallo en los últimos días del verano, el marido de Laura empeoraba marchitándose también. Igual que ellos volvíase marrón. Contrayéndose sobre sí mismo hasta hacerse muy pequeño en su lecho de enfermo. Como las plantas que cultivaba, que se retraen al final de temporada y hechas camote se acuestan a dormir cansadas, a esperar una nueva primavera. Y cuando le preguntaban por él - ¡El va a mejorar cuando florezcan los tulipanes! –

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Con sus danzas de hojas en el viento. Con la lluvia repicando sobre charcos y  los niños con sus barcos de papeles, muy despacio, lentamente, se escaparon los meses del otoño…

Y Laura vio como con ellos se escaparon sus alegrías…

Pudo cumplir con las deudas, pero su marido ya no le hablaba.

Y más tarde llegó el frío…

Con sus hojas de afeitar sobre la cara. Con sus mantos de rocío blanquecino y sus costras de escarchas sobre el agua. Perezosos, cachacientos, se escaparon los meses de ese invierno…

Y Laura vio como desertaban esperanzas…

Su marido muy enfermo le esquivaba la mirada.


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 Una mañana de Septiembre, donde hasta el sol acudió más temprano para estar presente y no perderse de nada, Laura abrió la puerta para salir de su trabajo y se encontró con él, de pie, apenas recuperado, en el medio de la acera y tan pequeño como era, sonriendo, con los brazos rebozantes de esas flores que traían las promesas de un nuevo mañana. Laura corrió hasta su abrazo y hundió la cara entre los tulipanes para ocultarle todo el caudal de lágrimas que llevaba acumulando y que recién hoy, por fin, derramaba.

 Nunca más se la vio. Dicen que ella canta, alegremente, dentro de los coloridos pasillos del vivero, regando a diestra y siniestra, los almácigos inundados de colores. Mientras que él, con un aire enamorado, la mira feliz y orgulloso de tener esa flor entre sus flores.

                                                                           

sábado, 23 de abril de 2011

08 Capitulo - CARNAVAL DE VENECIA

Mariposas de la noche
Libro de cuentos enlazados


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Capítulo 08
CARNAVAL DE VENECIA



   No todas las chicas hacen “salidas” desde el boliche hacia el hotel alojamiento. Algunas simplemente recaban sus honorarios del cobro del porcentaje del total de copas conseguidas. Pero aquellas que si lo hacen, mantienen bien en firme el propósito de separar su oficio de la persona que son. Procuran que nunca esos dos mundos en los que habitan se mesclen. Este es uno de los propósitos de no trabajar con su propio nombre. Por esto, cada una, a su manera, tiene escondido dentro del amplio guardarropa de su vida. Las prendas de un personaje misterioso que al vestirlas les entrega no solo su apodo o alias, sino que se adueña de ellas, caminando con sus pasos, elaborando sus ademanes, facilitando su risa y colocando gotas de miel sobre los tonos de su voces. De esta manera llegan a sentirse fuertes y en total control de sus nocturnos actos. Pero lo que en verdad consiguen al enmascararse de esta manera, es poder escapar de la censura de sí mismas, ocultando bajo las cristalinas aguas de sus risas cada uno de los miedos que la acometen y acallando en el borde acristalado de las copas, que consumen, los desesperados gritos de su dolor.

    Silvia era una de ellas. Y algo más. Sus ojos y sonrisas prometían escondidos secretos a develar. El movimiento mecido de sus cabellos derrochaba en dorado, como maduras mieses acunadas al vaivén de los vientos, en adormecidos trigales, mientras las mariposas de sus manos dibujaban sus extravagantes vuelos bajo el sol. 
   
    Hacia pocas salidas, no porque no fuera requerida, por el contrario, era una de las mas pretendidas por los hombres. Sucedía que aparte de ser una de las más caras, ella elegía a su gusto con quien salir. Disfrutaba de actuar así. Se sentía por sobre ellos como subida en un pedestal. Inalcanzable, deseada. Miraba con cierto despecho a todos, mientras todos, a la vez, la deseaban. En la consigna de que… “La difícil es la que cuenta”… el personaje que asumía, por las noches, se adueñaba de ella totalmente y la convertía en toda una reina de la amazonia sentada en su trono eligiendo, al final de cada noche, a alguno de sus exaltados cortesanos, para sus efímeros e indiferentes encuentros.

     Para esto, en su casa, dejaba abandonado y desnudo sobre el piso, en un costado de su dormitorio, a su propio ser. Mientras lentamente se calzaba sobre el cuerpo unas cortas enaguas tejidas con concupiscencia. Coloridos vestidos  bordados de voluptuosidad. Y unas altas y llamativas botas para que cumplieran el cometido de alejarla del suelo y no sentir, bajo sus pies, ningún atisbo de la realidad. Como último detalle de este atuendo, mirándose al espejo y con una sonrisa, se colocaba un antifaz que ella misma había confeccionado con las más grandes dosis de indiferencia e insensibilidad. Y así, dejaba de ser ella, para ser otra persona la que concurriera a trabajar, escondiendo su verdadero rostro debajo de inventadas máscaras, como un personaje más de un veneciano carnaval.

   La música inventaba invisibles espirales en el centro del salón invitando a bailar a las risas y voces que permanecían circundantes en espera de la pieza preferida. La poca luz del salón recortaba, en negro sobre las paredes, las siluetas de los presentes, en posturas tan grotescas como absurdas semejantes a títeres dislocados por la acción de enredados hilos.

   Silvia al regreso de una de esas salidas, delató la  desesperación de sus pasos, en corrida hacia los vestuarios, lo que puso en alerta a varias de sus compañeras, quienes corrieron también detrás de ella.
   Ante la interrogación de las demás, con palabras entrecortadas por la dificultad del llanto, pudo explicar que le sucedía. Así, sus amigas se enteraron, que esa noche, en el transcurso del reciente encuentro de intercambio de sexo por dinero, su cuerpo la traicionó obligando al personaje que la habitaba a dejar de lado los ropajes con que ella se ocultaba y defendía. Y en un momento único de agravada debilidad, sujeta por unos poderosos brazos y bajo las amorosas embestidas de quien la poseía., se descubrió a sí misma indefensa y abandonada, y arrastrada de pronto a un arrebato de pasión que la llevó hacia los profundos abismos del éxtasis, desde donde regresó envuelta en un fuego tan abrazador que para extinguirlo tuvo que recurrir al auxilio de un par de solitarias y saladas lágrimas.

   Desde esa noche y por este hecho, ella, nunca más regresó a trabajar.

   Todavía hoy, permanece pisoteado y sucio, en el piso del boliche, el puñado aquel de indiferencia, con el que Silvia se disfrazaba, totalmente ignorante de su abandono persistiendo en mantener la inútil y caprichosa forma de un antifaz.